Yo
cuando niña era miedosa, palabras que sólo pueden ser verdad; es una cuestión
matemática. Cuando yo era vieja, mi abuela todavía era una niña. Esto, porque
cuanto más viejos somos, más jóvenes son los demás; es otra cuestión de
aquellas. Cuando mi abuela era pequeña, yo llegaba del colegio y ella me tapaba
los pies fríos con la bata de mi abuelo, que era aún más pequeño que ella. Y,
todo esto, lo hacía distraídamente; el amor venía sin esfuerzo. La piel de sus
manos me tocaba el pelo de una forma leve e intensa, como quien anda por la
calle sin destino, observando únicamente
me
gustas despacio
o
como quien pasea un perro sin que sea para hacer pipí. Todas las
palabras son verdaderas, incluso las que parecen decir otras cosas. Cuando yo
era pequeña, las aceras del colegio me daban miedo. Porque yo iba andando
distraídamente y con intención, mirando todo menos las palabras que querían que
yo profiriera enseguida
hoy
fui al mercado y vimos rayas. Las rayas son animales
y
a mí qué me importaba saber que las rayas tenían el cuerpo achatado
dorsiventralmente y que las hendiduras branquiales estuvieran bajo la cabeza.
Tal
vez haya sido aquí que yo haya comenzado a tener miedo, cuando ella era pequeña
y yo vieja, como consecuencia de aquellas matemáticas. Comencé a guardar todas
las palabras en los cajones y los armarios; era seguro que iría a usarlas más
tarde, teniendo en cuenta que la vida es cíclica y que, a fin de cuentas, no es
que cambiemos tanto, una coma por aquí o un punto por allá. Cuando yo era
pequeña, prácticamente no usaba comas o puntos como, de hecho, casi todos los
niños
hoy
fui al mercado y fuimos en la camioneta y a mí me dan ganas de vomitar en la
camioneta y había una vez una raya que decidió ensayar a vivir en la ciudad en
vez de vivir en el mar y tal vez con esfuerzos / distraídamente ella
logre sobrevivir fuera del agua y yo adentro porque sin comas y llenando el
pecho de aire puede ser que alcance para atravesar la piscina de un lado a
otro,
¿Viste
la raya?
así
de sopetón. ¿Cuál raya? yo todavía estoy en la piscina, es más fácil poner
puntos en un medio acuoso, las palabras demoran más tiempo en llegar. Sin
embargo, mi abuela era muy pragmática, que no la juzgue mal quien nunca la
conoció, y no sería justo describirla de esa forma. Digamos que era una abuela
poco poética, no había duda de ello cuando la oía preparar el almuerzo o
extender la ropa o llorar o taparme
vas
a calentarte
y
yo me demoraba en aterrizar porque tenía afán de atravesar la piscina pero
creía en sus palabras sin respirar o sin dudas a pesar de mis pies aún
congelados por el agua. Por su amor podía poner mi firma sin mirar
vas
a calentarte y punto final, Inês.
cuando
me daba así mi nombre, confirmándome, aparentemente sin querer, nuestra
existencia. Cuando yo era niña era miedosa, y mi abuela ya era vieja. Esto,
porque cuanto más jóvenes somos, más viejos son los demás; es una cuestión de
aquellas, matemática. Cuando tú eras pequeño, yo llegaba del colegio y ella ya
me tapaba los pies fríos con la bata de mi abuelo, que era aún más viejo que
ella. Y hacía todo esto distraídamente, pero ya con comas y puntos,
Me
gustas con lentitud.
y
por eso mi nombre venía así, sin esfuerzo y con mayúscula. Sus palabras me
tocaban el pelo de una forma leve e intensa, como quien anda por la calle sin
destino, sólo respirando, o como quien pasea un perro sin que sea para hacer
pipí, esta vez sin miedo tachado. Todas las palabras son verdaderas, incluso
las que parecen decir lo que es. Y tal vez haya sido aquí que yo haya comenzado
a no tener miedo de respirar/existir fuera del agua, una coma por aquí, un
punto por allá. Y tampoco de poner mi firma y con mayúsculas por su amor,
cuando era pequeña, y por el mío, cuando era vieja.